miércoles, 23 de enero de 2013

Dilema existencial: una reflexión teológica Por Karl Yván Arévalo V.

Un compañero de trabajo recién dejó de existir. Su muerte súbita, causada por una enfermedad aún no revelada a muchos que lo conocíamos, causó en mí una profunda impresión, probablemente igual que el impacto ocasionado en otras personas que en forma cotidiana compartían con él. Como en casos similares de esa índole, aquel infausto suceso nos ha llevado a no pocos a una nueva reflexión acerca del propósito de la vida y de la muerte, así como a pensar con detenimiento en las razones que existieron para haber sido puestos sobre la superficie del planeta tierra y las que prevalecen cada vez que alguien es despojado de su calidad de ser humano y retornado al polvo como en sus orígenes. En momentos así, la mente formula innumerables preguntas que van mucho más allá de un simple resignarnos a la separación física de alguien a quien hemos apreciado o amado gracias a que fuimos dotados de afectos naturales. En esa dinámica de jugar con los pensamientos, a veces espontánea y otras forzada, nos planteamos dudas respecto del por qué de nuestro efímero paso material por esta vida, pese a que algunos creemos que después de expirar, frente a nosotros se abrirá una eternidad para seguir existiendo, aunque bajo la inexorable experiencia de la transformación de la materia. En ocasiones quedamos paralizados ante la incertidumbre que acarrea el saber que en cualquier momento nos hemos de enfrentar a ese paso transitorio de una forma de vida a otra, sin tener la menor idea de qué es lo que nos espera detrás de aquel velo que trasciende la conciencia de seres físicos y racionales. El contexto material Ocurre que, como ha reflexionado más de una vez algún efusivo orador en su encendido discurso, a hombres y mujeres se nos enseña a enfrentar la vida, pero, pocas veces, se nos prepara para afrontar el más allá. Nos adiestran para poseer en forma egoísta: comer hasta hartarnos, vestirnos envueltos por la vanidad… para gozar en forma desenfrenada de los bienes que nos rodean. Nos ejercitan para defendernos de los demás, y algunas veces, inclusive, para excedernos en la satisfacción de nuestras pasiones, lo cual propicia la entrega a vidas licenciosas, promiscuas y sin propósitos aparentes, salvo aquellos que se tienen cuando nos ciega la falaz existencia material. No cabe duda de que a esa manera de concebir la vida le debemos la expresión antigua de que podemos comer y beber sin freno, porque mañana, simplemente, hemos de morir y desaparecer. Tampoco se puede poner a discusión el que a ello obedece el delirio del hedonismo, forma de vida que muchos adoptan ante la impotencia de poder descubrir que más allá de la obsesionada satisfacción de los sentidos, de las pasiones bajas y del gusto desmedido por lo superfluo, existen formas más sublimes de disfrutar la creación que ha dejado a nuestro alcance una mente infinitamente superior a la nuestra. Pocas personas logran tener la capacidad de descubrir que la vida es tan sólo una etapa pasajera de la existencia terrenal. Son ellas las que perciben que, más allá de ese ciclo, al ser humano le esperan experiencias insospechadas que lo llevarán a dimensiones superiores a las vividas en el plano terrenal. En el plano espiritual Quizá eso es lo que quiso expresar el apóstol Pablo cuando compartió la experiencia de haberse encontrado con la esencia de Dios (el Hijo o el Verbo) y lo que significaba para él entender el futuro de los humanos cuando el cuerpo se separa del alma y el espíritu. Sí. El misionero por antonomasia expuso: "Para mí el vivir es Cristo (el Verbo) y el morir es ganancia". ¿Y cómo es eso de que "morir es ganancia"? He ahí la evidencia de que una parte de la especie humana (¿iluminados?, ¿predestinados? ¿alcanzados por la fe?) logra despejar las incógnitas surgidas del dilema existencial objeto de nuestra reflexión. Sí. Se trata de quienes logran vivir con la consigna de una fe que sabias palabras definieron mucho tiempo atrás como "la sustancia de lo que se espera y la convicción de las cosas que no se ven". El dilema existencial, entonces, se resuelve cuando los ojos se posan en el Verbo que ha existido desde siempre, ratificado en aquella expresión evangélica, elevada a ciencia divina, que cita: "En el principio era el Verbo, el Verbo era con Dios y el Verbo era Dios. Todas las cosas por Él fueron hechas, y sin Él, nada de lo que fue hecho habría sido hecho. En Él estaba la vida y Él se convirtió en la luz de los hombres". ¿Verdad que es un privilegio poder entender un misterio que permaneció oculto por miles de años, pero que después fue revelado a un grupo bautizado como "real sacerdocio, nación santa, pueblo escogido por Dios…? Quiera el Creador que hagamos nuestra esa profunda sabiduría.

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